Quería comenzar este blog contando el inicio de mi carrera profesional y todo el recorrido de mi vida hasta ahora.
Pero eso lo dejaré para más adelante.
Esta es la historia del dibujo que me sanó.
Creo que cuando comienzas a leer un blog, buscas respuestas a preguntas que te haces a diario y que sirva para tu desarrollo personal. Leer sobre temas que te ayudan a crecer diariamente para conseguir la mejor versión de ti mism@.
En el fondo a nadie le interesa la vida de otros, a no ser que le aporte algo a su vida y le remueva cosas por dentro. Así que, os cuento cómo un retrato transformó mi vida, sin ser yo consciente del impacto que tendría posteriormente en mi, en el plano emocional.
Os diré cómo me transformó y cómo, más tarde, me sanó.
Y muchos diréis: sí de acuerdo, es una obra de arte, pero en definitiva es un trozo de papel con carboncillo ¿cómo puede lo material afectar o sanar a una persona?
Todavía los escépticos pueden llegar a justificar el acto de dibujar al estar ejercitando una parte de su cerebro, su psique, y por lo tanto, sus emociones. Pero ¿cómo el hecho de observar una obra puede impactar tanto en la salud de una persona?
Porque el ser humano no sólo se compone de carne y hueso, también hay una parte espiritual, lo que todos conocemos como la energía. Efectivamente, encontrar ese equilibrio de cuerpo-mente-espíritu, es un arduo trabajo.
Ante todo has de ser consciente de tu existencia, y más tarde, de cómo todo lo que te sucede impacta en los tres niveles del ser humano. Por ello, es muy importante escuchar tu interior para ver qué sucede.
Llegados a este punto, resulta interesante preguntarse: ¿qué sucede en tu interior cuando plasmas en la realidad, la esencia de tu alma sobre un trozo de papel?
No tenemos más que fijarnos en los dibujos de los niños, que expresan simplemente lo que hay dentro de ellos, con total libertad, sin ningún compromiso, ni a la espera de aprobación. Simplemente la libertad de su alma, sin ego y por tanto, sin miedo.
Y es que el miedo es el único enemigo del amor, y sin amor, no hay arte.
Siempre he estado en modo autobservación, desde muy temprana edad, sentía que ese caudal de emociones me desbordaba. Y desde que fui consciente, escuchando mi interior, he hecho una incesante búsqueda de todo lo que me ocurría por dentro. Desde el consciente hasta el inconsciente, lo que me sucedía dentro por ende, me sucedía fuera.
Para conocerme a fondo me he interesado mucho por la neurociencia (lo físico) y por la meditación (el mundo de lo no visible). Una investigación entre lo que ocurría en la materia (como puede ser un dibujo o pintura) y mi comportamiento durante el proceso de creación de la misma (mis emociones). Este comportamiento, ha sido y sigue siendo, la tarea más difícil.
La concentración durante muchas horas y dejar fluir las emociones como un observador, sin que ello te afecte a nivel físico. Arrastrarme a la oscuridad más profunda hasta la luz. Horas de parálisis. Horas de angustia.
Como de costumbre, coloco cuadros apoyados en la pared, por los pasillos de casa o en el estudio.

Días previos al fallecimiento de mi madre ocurrió algo. Aquello fue como lo que le sucede a ciertos animales, con los sentidos agudizados, cuando su estampida anuncia que se va a producir una catástrofe natural.
Un llanto y una tristeza me inundaron todo el cuerpo y toda mi alma. Cogí el retrato que hice de mi madre, que se encontraba en el pasillo de casa, y lo apoyé en el mueble principal, justo donde me sentaba a diario. Coloqué a sus lados dos velas blancas enormes. Y lloré, lloré sin parar, hasta quedarme vacía.
Mi alma me estaba avisando pero yo no quería creérmelo. A veces, mi sensibilidad tan ligada a mi intuición, me abruma. Así que, cada día me sentí consolada poniendo velas blancas. Cada día, porque necesita sentir que ella estaba bien. No me considero de ninguna religión, pero eso me aliviaba.
Quería purificar el ambiente y saber que la protegía con ese acto de fe y de amor a lo no visible.
A día de hoy sigo poniendo velas al lado de este retrato de su infancia. Se dice que la auténtica esencia del ser, va desde los 0 a los 7 años. Durante esta etapa, llamada infancia, es donde el ego y sus máscaras no están totalmente forjados y somos libres de sentir.

Para conocerme mejor, necesitaba conocer a fondo la esencia del ser donde había sido engendrada, la esencia de mi madre. Conocerla libre de cargas familiares, libre de ataduras, de herencias que pudieran haberle modificado su pureza. Libre, una niña libre, la historia de una gran mujer en su plena esencia y todo su amor incondicional concentrado en ese pequeño cuerpecito.
El hecho de dibujarla provocó en mi una fusión de mi alma con la suya. Es así como he podido sanarme de tal dolor emocional. Porque aunque nuestra búsqueda del amor incondicional esté en nuestro interior, Madre sólo hay una.
Por esa razón, ella es y será, la mejor y gran maestra que tendrás en esta vida que te ha tocado vivir.
En la sección Art, podéis encontrar el dibujo que me sanó.
Fotografías: Irene Arango.